Basta con viajar un poco para
descubrir diferencias culturales. España es conocida en el mundo entero, y esto
es nuevo, por el botellón. Sí, el hecho de que la gente quede en la calle para
beber hasta reventar, para beber sin pagar la diferencia que se llevan los
establecimientos, en grupos numerosos, decenas, cientos, miles de personas en
la calle a pesar del frío, a pesar del calor. Tampoco es algo tan extraño. La
gente también bebe en la calle en otras partes, en algunas regiones de Francia
o Italia, también en Lisboa, el Bairro Alto de Lisboa lleno de gente por la
noche.
En
otras partes, como en Reino Unido, si bien no está permitido eso de reunirse a
beber en la calle, las consecuencias repercuten en la vía pública. Con esto de
que los locales cierran tan temprano, la costumbre es beber sin ton ni son antes
de que echen al personal a la calle, de modo que no es extraño salir a las doce
o una y encontrarlo todo lleno de gente borrachísima. El escándalo es enorme;
la decencia, mínima. La diversión, como no podía ser de otro modo, desatada.
Pero
la calle no sólo tiene por qué suponer alcohol y farra. La calle supone una
fuente de anécdotas y souvenirs para cualquier estudiante que se precie. Y es
que los estudiantes, último eslabón de la cadena económica, tienen que
sobrevivir a fuerza de ingenio y sabérselas todas para conseguir una vida
idónea. Recuerdo una noche, cuando volvíamos de fiesta, las tres o cuatro de la
mañana, Swansea, Gales, un frío del carajo, frente a una casa, en la calle, un
sillón de piel. El más avispado no tardó en enamorarse de él y tomamos la
decisión de cargarlo en brazos hasta casa, y eso hicimos. Lo cargamos por la
calle como si fuéramos en procesión, cantando, gritando y riendo. El sillón
estuvo ahí todo el curso, pero es que además al poco encontramos un sofá que
también nos llevamos.
Por
no hablar de carros de supermercado. Todo piso y casa de estudiantes que se
precie ha de tener un carrito de supermercado de uno de esos días en los que el
presupuesto está demasiado apretado como para viajar en taxi y la compra es
ingente. De modo que nada, a arrastrar el carro por media ciudad, y al final
aparcarlo en el jardín trasero o en medio del salón como una decoración de lo
más original. Además, siempre se le puede encontrar utilidad. Los últimos días,
por ejemplo, se puede meter ahí la comida restante, la ropa y cosas que no te
vas a llevar a tu país, y hacer un tour de despedida por las casas de todos tus
amigos: para hacer más llevadero el adiós, dejarles un kilo de arroz y una
botella de vino o un canasto para la ropa sucia puede ser aliviante.
Pero
si la calle es importante para algo, es para conocer gente. Hay que saludar a
los vecinos, invitarles a las fiestas en casa, preguntar qué tal el día... Si
tienes suerte de vivir en un país donde el clima permita pasar mucho tiempo en
la calle, cuentas con una oportunidad única para conocer a tropocientas
personas. Grupos de jóvenes que pasan de madrugada con ganas de diversión, los
misteriosos vecinos al otro lado de la calle, compatriotas a los que reconoces
por la lengua, etcétera. Anímate a abordarlos, aprovecha ocasiones especiales
como carnavales, Halloween, Fiesta de la Primavera, celebraciones con fuegos
artificiales, celebraciones de calles y barrios... Si te involucras en la vida
de tu barrio y ciudad, conseguirás lo excepcional: conocer nativos con quienes
mejorar el idioma de forma espectacular y con quienes mantener la amistad
cuando tengas que volver a casa. Así, siempre tendrás casa en tu ciudad
Erasmus, aunque eso a estas alturas no lo dudamos, ¿cierto?
¿Cómo
darle vida a la calle? ¿Cómo hacer la calle nuestra? Hay países donde la gente,
de correcta, es sosísima. Decora un poco tu fachada, dibuja caras sonrientes en
tu ventana, algo que la distinga del resto, pon musiquita sin molestar, pero
que se note. La música da alegría. Si tocas algún instrumento, anímate a hacer
un poco de música callejera, pero no te limites al centro de la ciudad con los
otros buskers, sino a tu barrio. Toca frente a casa, llama a tus amigos erasmus
e improvidad un conciertito que anime el cotarro. Todo esto, si se hace desde
el respeto y teniendo en cuenta a los vecinos, puede ser un gran punto a
vuestro favor. Quién sabe, puede hasta que ganes algún dinerillo si pones una
gorra. Desde luego, conocerás gente. Haz una barbacoa con más gente y ofrece hamburguesas
y perritos a los curiosos de la calle. Así, si en principio se sienten
molestos, descubrirán que hay buena voluntad tras el gesto y transigirán. Os
haréis amigos.
¡Viva la calle!
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