Dicen que cuando eres Erasmus, lo eres de por vida. Que el espíritu viajero te invade, que fue el mejor año de tu vida. Que te casarás con tu novia erasmus, que volverás a tu ciudad y que lo pasarás muy muy mal recordando todos los pequeños momentos que conformaron ese año. Espero que este blog te sirva de alguna ayuda. Mi erasmus fue ASÍ

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Koldo: una erasmus IV

Cuando Dafne llama a la puerta, Koldo está a punto de responder que está dormido, o de no responder. No le apetece enzarzarse en otra discusión. Luego recapacita; después de todo, a ella le queda poco para irse a trabajar, de modo que se pone una camisa y abre la puerta con desgana.
            -Buenas...
            Ella pasa sin dirigirle la palabra, se sienta en la cama y espera a que él cierre la puerta. Entonces, lo dice:
            -Me quedo aquí en Navidad. Me pagan dobles los turnos y no puedo pagarme el billete a Tenerife.
            -¿Quieres dinero? Yo estoy peor que tú, ya lo sabes.
            -Joder, Koldo, a veces creo que lo haces a posta.
            -¿Y ahora qué he hecho mal? Joder, contigo uno nunca sabe...
            -Pues nada, si no sabes, mejor me voy a currar y te lo piensas un poco, guapo.
            Dafne se levanta como un ciclón, atraviesa la habitación y se pierde tras un portazo. Koldo se queda petrificado en la habitación. Mientras tanto, Alex se entrega a una nueva tanda de sexo con su novio que retumba en toda la casa.



A partir del 15 de diciembre, la gente empieza a abandonar Oxford. La ciudad está preciosa: la iluminación, los villancicos, el ambiente, los conciertos... Hay pequeños mercados callejeros donde probar productos típicos y comprar recuerdos para la familia y amigos. Koldo y sus amigos aprovechan un fin de semana para hacer una escapada a Londres, la capital, para respirar la magia de la gran ciudad volcada en el manido espíritu navideño.
            A menudo hay fiestas de despedida para los Erasmus y otros internacionales que se van a sus casas, como la "fiesta oficial" donde quedaron juntos para comerse las uvas, besarse bajo el muérdago, cantar villancicos en diez idiomas y repartir regalos navideños, que Papá Noel siempre llega antes a los destinos Erasmus.
            Se van todos, primero los asiáticos que deciden no quedarse -son muchos porque el viaje es costoso y prefieren vivir la experiencia en su destino Erasmus para aprovechar más la oportunidad que tienen-, más adelante los americanos y poco a poco los europeos, cada uno a una punta del continente. Las casas se quedan vacías durante unas semanas, las noches más muertas, sólo quedan británicos en los barrios que también irán a casa en los días especiales. Así es prácticamente en todo Oxford salvo en una casa. En una casa, en una cama, Dafne y Koldo desafían al frío y a la nostalgia, a las tripas y al corazón. Juntos, son leyenda.
            Un día, Koldo lo vio claro. Si de veras estaba tan enamorado, si con Dafne había logrado olvidar a Elisa, no cabía duda. No la iba a dejar tan sola en ese invierno inglés, lejos de todo lo que conocía, porque desde el día en que se conocieron en el aeropuerto se convirtieron en patria de cada uno. Dafne lloró mucho cuando Koldo le contó sus planes de quedarse junto a ella por amor, no por desconfianza o miedo, sólo por necesidad. Sería terrible no poder volver a Irún con la familia esa navidad como hacía todos los años, como era tradición desde niño, pero valdría la pena amanecer juntos, reescribir el mundo y la ciudad a su antojo.
            Desde entonces, todas las mañanas desayunaban a lo grande: tortitas, crêpes, tostadas con mermelada casera y mantequilla galesa, callejeaban cuando ella no trabajaba juntos de la mano, visitaban exposiciones, museos, conciertos, locales donde por Navidad regalaban cosas. Los días libres, viajaban a los alrededores y hacían excursiones. Los paisajes salvajes de la campiña inglesa eran hermosos por lo distintos de España.
            Cuando hablaban con sus familias, daba la sensación de que dentro de casa lloviera más que fuera, porque cuando no eran reproches, eran llantos, cuando no gritos, deseos y promesas. Les llegaron decenas de postales y felicitaciones navideñas, tan solos los imaginaban sus amigos Erasmus, sus amigos españoles, sus familias, y paquetes con jamón y embutido y turrón de chocolate y una caja de mantecados. Juntos, en fin, sobrevivieron. Cenaron en restaurantes de postín los días grandes, viajaron por toda Inglaterra y brindaron con champán francés y sidra inglesa, compartieron momentos familiares a través de Skype, a veces se aburrieron cuando no había nadie a quien acudir, pero no lo lamentaron.
            Sólo eran dos, pero sobraba el mundo.

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