Dicen que cuando eres Erasmus, lo eres de por vida. Que el espíritu viajero te invade, que fue el mejor año de tu vida. Que te casarás con tu novia erasmus, que volverás a tu ciudad y que lo pasarás muy muy mal recordando todos los pequeños momentos que conformaron ese año. Espero que este blog te sirva de alguna ayuda. Mi erasmus fue ASÍ

domingo, 27 de abril de 2014

Koldo: una Erasmus VII

Poco después de la tanda de exámenes, llegan las primeras despedidas. Koldo tiene beca todo el año, pero no sucede lo mismo con algunos de sus compañeros. Meneslaos ha conseguido un acuerdo entre su universidad y la de Oxford, de modo que estará hasta el final del curso académico. Ruth no puede permitirse un curso entero de Erasmus en quinto de Medicina, o así lo piensa, y por eso solicitó una plaza de medio curso; no ha intentado prolongar la estancia, tiene claro que debe volver. Un día, en un paseo por la universidad, Koldo y Ruth caminan de vuelta a sus casas, donde ella planea invitarle a comer berenjenas gratinadas.
-Pensar que a esto sólo le quedan cinco días...
-Quédate más -le dice él. -Esto no va a ser lo mismo sin ti.
-Vendrá gente nueva, siempre pasa.
-Pero no son Ruth. ¿Quién va a aportar algo de decencia musical en las fiestas?
Ella ríe. Sabe que es cierto, pero en Barcelona le espera su vida de siempre, sus amigas, su pandilla...
-¿Sabes que lo único que me da lástima de irme es la música en directo en los pubs?
-Te puede la música. Yo echaría de menos otras cosas...
-También echaré de menos a la gente, claro. Alexia, Günter, Mini, Alex, Alain, Joni, Salma, Richard, Koldo...
Koldo la abraza por el hombro. Una rasta le roza la mano y piensa que echará de menos las rastas de Ruth.
-¿Qué vas a hacer hoy de comer? ¿Los restos que tengas en tu casa?
-Las berenjenas y macarrones con salchichas y salsa bolognesa.



Antes de que la primera hornada de Erasmus se vaya, se organiza una fiesta monumental donde toda la ciudad está invitada, o al menos toda la comunidad internacional de la ciudad. Con el precio de la entrada, diez libras, barra libre de comida y bebida, se alquila un bajo abandonado y se instalan altavoces y luces de colores, tablas a modo de mesa y poco más. La gente comienza a llegar a las seis de la tarde; muchos de ellos seguirán ahí a las seis de la mañana.
Toda la noche transcurre sin problemas, sin grandes momentos, con una apacible amistad, con la tranquilidad que otorga la camaradería formada por los presentes. Prácticamente se conocen todos tras esos meses de convivencia, de cruzarse en los pasillos de la facultad, en las calles, el supermercado, las fiestas. Son demasiados nombres, demasiados idiomas, demasiados momentos compartidos... Hay abrazos, promesas, cuadernos donde apuntan direcciones, números de teléfono, skypes, twitters, facebooks, ese hilo invisible con el que mantener la relación. Saben que no volverán a estar todos juntos, y por eso lo celebran.
No obstante, llegado un punto se acerca una chica griega al equipo de música, coge el micro y dice -Koldo no la conoce demasiado bien, ni siquiera recuerda su nombre, algo eslavo, tal vez Karina o Aleksa- que se tiene que ir, que su vuelo sale pronto y tiene que pasar por casa a recogerlo todo antes de coger el taxi al aeropuerto. En el discurso toca todas las teclas del tópico Erasmus: os echaré de menos, gracias a todos, sin vosotros esto no sería lo mismo, Oxford en el corazón, seguimos en contacto, nos vemos el año que viene aquí otra vez, gracias, os quiero, os quiero, os quiero.
Todos parecen quererse esa noche, piensa Koldo. Hay gente enrollándose en todas partes como si no hubiera mañana, y es que para muchos no habrá mañana y, antes de arrepentirse, han optado por lanzarse de lleno al sexo furtivo de despedida. Muchas parejas se rompen esta noche, surgen algunas nuevas, Koldo no deja de pensar en Dafne. Ya debería haber salido del trabajo y no lo ha llamado. Sale al exterior para llamar y le llega un mensaje con diez llamadas perdidas de parte de su novia. En el interior no hay cobertura, joder. La llama y ella no responde, lo llevará en el bolso. Se pone nervioso, se inquieta, oye una canción que le gusta y se intenta convencer de que Dafne, harta de trabajar, ha optado por irse a dormir. Sí, será eso.
Baila la conga con la gente, esta fiesta es la hostia. Koldo también escribe en el mural unas palabras de despedida y agradecimiento, vomita un par de lugares comunes y lo deja ahí. Aún le queda medio curso de Erasmus, qué más da. Ya tendrá tiempo de hacerles ver lo importantes que son, cuánto los quiere, de pasarlo bien juntos. Alguien arranca del mural lo que él acaba de escribir y se cabrea. Está a punto de insultar al responsable cuando se da cuenta de que es Ruth.
-¡Oye! ¿Te importa? ¡Que ya me voy!
-¿Que ya te vas?
-Claro, salgo de Heathrow, tengo que coger el coach a Londres para llegar a tiempo. Ven a decirme adiós, ¿no?
Koldo asiente y se deja llevar de la mano de Ruth.
-¡Ya me he despedido de todo el mundo! No te he visto.
-Es que he salido a llamar a Dafne, qué pena que estará muerta.
Salen a la calle. Cae la leve llovizna de Oxford sobre sus caras. En la calle hay rostros familiares que entran y salen, cantan, gritan en varios idiomas. Erasmus borrachos, la calle como un campo de batalla. Pasa delante de la casa un coche de policía y el tono baja considerablemente. Pasa de largo. Ruth coge las manos de Koldo y sonríe.

-Esto es una despedida, ¿no?
-Bueno, yo lo dejaría en un hasta pronto. Ya mismo estoy de vuelta por Barcelona. Me tendrás que ayudar a convencer a Maite con el papeleo.
-Koldo.
-¿Qué? No me hagas números, que tú no eres de las que lloran.
-Yo no soy de las que lloran -dice ella, y lo besa en los labios. Koldo responde al inesperado beso de Ruth con su lengua y con sus manos, con su cabeza y su sangre. Entonces, recapacita y se aleja de ella.
-Ruth... ¿Qué haces, tía? Estás loca, hostias. ¡Que Dafne es tu amiga!
Como un sortilegio, la figura de Dafne permanece con el rostro congelado delante de ellos, las manos aferradas al bolso, los ojos un sumidero de algo que Koldo no ha visto aún en ellos. Y Koldo lo ha visto todo en los ojos de Dafne. No dice nada. Se da la vuelta con paso decidido y sube en un taxi aparcado en la acera de enfrente. Koldo no es capaz de reaccionar, se queda vacío, como si su cuerpo consistiera en un molde de escayola y el interior hubiera resbalado a cualquier parte, se hubiera derramado con la lluvia. Se queda solo en la marabunta de cuerpos alcoholizados, de las canciones y los abrazos. Se queda de hielo durante horas en medio de la acera, y aunque lo intenta, no logra quitarse el sabor de la boca de Ruth. No lo sabe, pero no la volverá a ver.

sábado, 19 de abril de 2014

Entre fogones: Pollo asado

Ingredientes:

-Un pollo entero
-Dos limones
-Cerveza/Vino/Cocacola/Zumo
-Patatas (3, 4)
-Hierbas aromáticas al gusto (tomillo, romero, orégano...)
-Avecrem/Pastilla de caldo de pollo



Esto es fácil. Se puede hacer el pollo entero, aunque tal vez sea más difícil que se cocine bien, o incluso que no quepa en los minihornos que hay en las minicocinas hoy en día. A las malas, se trocea con unas tijeras. Un muslo y sobremuslo por un lado, el otro por otro lado y la pechuga en dos partes con sus respectivas alitas. Se quita la grasa y la piel sobrante (es decir, la que cuelga) y se salpimenta la carne. Si el pollo se prepara entero, se mete un limón rajado dentro y una pastilla de avecrem, así como hierbas aromáticas. Antes de poner sal y pimienta, untamos la carne con aceite sirviéndonos de las manos. Las patatas se pelan y trocean en láminas finas. Se engrasa la fuente, se hace una base de patatas y encima se pone el pollo con las hierbas y especias que cada uno guste, sin exagerar. Se estruja el otro limón por encima de la carne salpimentada y se añade, también por encima, la cerveza/vino/cocacola (creedme, el contraste entre el dulzor y la sal es de morirse). Si a alguien le gusta la cebolla mucho, puede mezclar aros de cebolla con las láminas de patata. Se mete la bandeja en el horno por arriba y abajo, y se va dando la vuelta a la carne a medida que se dora. Una señora comida que es un triunfo seguro.

jueves, 3 de abril de 2014

Despegarse

Ojo, no digo despedirse. Cuesta más despegarse que despedirse. Al fin y al cabo, esto último es sólo un trámite al que estamos acostumbrados.
Mañana vuelves a España.
Llevas 6, 8, 10 meses aquí y mañana vuelves a España. Tu familia dice que "ya era hora de volver a casa", pero tú sabes que ésta, que esto es tu casa. ¿Cómo vas a dejar tu casa, a Olga y Helen y Paulo y Federicco? ¿Cómo vas a plantearte siquiera no compartir cada día una pinta con Hans? ¿No estudiar en la biblioteca de la uni con Gabriel? ¿Cómo inventar siquiera la vida sin Salma? No te quieres ir, ésta es tu familia. Éste es tu hogar.
Sales sin arreglarte mucho; es la última noche, da igual como vayas hoy, tus amigos te recordarán por lo que habéis vivido juntos, no por lo que hagas hoy. No por lo que te emborraches hoy, con quien te líes hoy, lo que digas hoy... El plan es partirla mucho. Hacer una enorme fiesta de despedida por toda la ciudad. Todos los bares. Las discotecas. Toda la noche. Y eso hacéis todos juntos. No lo piensas, de hecho tratas de no pensarlo demasiado para que no te obsesione, pero hoy miras a todo el mundo con otros ojos, porque algo dentro de ti sabe que a algunas de esas personas no las volverás a ver en la vida. Eso te destroza y te derrota, pero hoy es la fiesta. Hay que celebrar el tiempo juntos, el primer día que os visteis, cuando ni tú podías decir nada en la otra lengua, ni los demás se atrevían. Os reís de los malentendidos de entonces, de los viajes y las anécdotas, de los amigos que han venido a visitaros. Habláis como si tuvierais cincuenta o sesenta años, como si llevárais una vida fuera de casa. Y es que en el fondo sabéis que os lleváis muchas vidas, que os lleváis todas las vidas de quienes se han cruzado en vuestro camino.
También observas con tristeza los bares, los restaurantes, los parques donde has vivido. Ahí, ese primer beso, ¿te acuerdas? Ahí, donde leías a Goethe cuando hacía sol, ahí, donde el camarero que siempre invitaba a una ronda de chupitos. Llegado un punto, cuentas las horas. Dices me quedan cinco horas, sólo cinco horas que estar con vosotros, sólo cinco horas antes de la despedida. Y peor aún: mañana a esta hora, estaré en España, solo. Solo. Esa palabra pesa como una losa, porque durante estos meses has vivido siempre rodeado de gente que mañana no estará. Te entra la pena, empiezas a abrazar a gente, intentas sincerarte. Tío, que menos mal que te he conocido. Joder, os voy a echar de menos, espero que vengáis a visitarme. Tú... de ti no me quiero despedir, te quiero demasiado. Ésta era la parte que no queríamos que llegara. Y eso que al principio quería volver a mi país. Te voy a echar tanto de menos. Gracias. Gracias. Gracias por ser mi amigo. Esto es sólo el principio. Es una promesa.
Todos llorando, unos más, unos menos, unos por fuera, otros por dentro, empieza el ritual de despedida. Idiota, que eres un idiota, esto por irte el primero. Sonrisas cómplices, abrazos, guiños, susurros. De la nada surge Lena, que lleva toda la noche esquiva, con una caja enorme entre los brazos. Tu kit de despedida. Lo abren y empiezan a sacar fotos, ropa que has dejado por media ciudad, pequeños guiños que sólo tú entenderás (basura potencial para tu madre). Luego, la bandera del país firmada por la comunidad que ha sido tu familia este tiempo. Una sudadera de la universidad... ¡firmada por tu coordinador! Más llorera. Que son las seis, las siete. Que quedan dos putas horas, que vamos a mi casa.
Aprovechas cada minuto de esas dos horas. Abrazas, besas, prometes, sonríes, lloras, dudas, ríes, dudas. Tienes que decir adiós. Lo llevas haciendo toda tu vida, no puede ser tan difícil... Pero no te sale. Te vas al fin, te despides con la mano. Todos te aplauden, puede que te coreen algo, te canta "esa" canción en mil acentos juntos. Te parece la música más maravillosa del mundo.
Sales del local y no vuelves la pista. Ya en la calle, cae sobre tus hombros todo el peso del mundo. Sucede algo extraño, te cuesta respirar, no puedes respirar. Tragas saliva, el pecho te desgarra y te hierve la cabeza. Quieres llorar, pero no puedes. No has estado más triste en tu vida, pero no has sido más feliz en tu vida. Sólo hay en tu cabeza rostros y momentos, y promesas, y en el silencio de la calle de un país que por primera vez se tercia sordo, sonríes. Vale, tus ojos lloran como nunca, pero nadie va poder quitarte de la cara esa puta sonrisa.

Nos olemos.