Dicen que cuando eres Erasmus, lo eres de por vida. Que el espíritu viajero te invade, que fue el mejor año de tu vida. Que te casarás con tu novia erasmus, que volverás a tu ciudad y que lo pasarás muy muy mal recordando todos los pequeños momentos que conformaron ese año. Espero que este blog te sirva de alguna ayuda. Mi erasmus fue ASÍ

domingo, 8 de junio de 2014

De vuelta

 Ya estoy en Granada, aunque desde entonces ha pasado mucho tiempo y muchas cosas que me gustaría contar. Por eso me he tomado este primer día un poco de asueto (lol) y me he puesto, aparte de a perder el tiempo, a escribir en el blog para narrar acontecimientos.

El último fin de semana Erasmus Raquel y yo fuimos a Londres, donde quedamos con Iñaki y Oihana para aprovechar esos días y despedirnos en la capital inglesa. Así pues, os podéis hacer una idea del ajetreo y consiguiente dolor de piernas, ya que nos pateamos todos los museos que nos quedaban por ver (al menos los más interesantes), volvimos a los sitios más básicos (Big Ben, Trafalgar Square…) e hicimos cosas que en otra ocasión ni se nos habrían pasado por la cabeza. Pudimos asistir a la ceremonia de entrega de llaves, que por lo visto se lleva a cabo todas las noches pero hay que pedir con antelación reserva para asistir. Iñaki y Oihana, que lo tenían planeado desde mucho tiempo atrás, estaban preparados, pero no nosotros, así que esperamos a que entrara toda la gente y le preguntamos a un guardia que nos dijo que pasáramos de guay. Luego dicen que los británicos son unos secos. En esto estábamos cuando conocimos a una mujer mayor que se nos acercó, y estuvimos hablando con ella: resulta que era americana, pero por lo visto había vivido mucho tiempo en Londres donde habían estudiado sus hijos, había estado en otras partes de Europa y se había recorrido media España, y esa noche estaba ahí con sus hijas (también californianas) para que ellas vieran la ceremonia. Se le entendía a la perfección, mejor que a muchos británicos, e insistió en que viajáramos fuera de casa porque es la mejor forma de aprender idiomas. La ceremonia, genial, ya que el guardia encargado de animar a la gente era un cachondo y estaba haciendo constantemente bromas (sois un público difícil, dijo el pobre hombre). Otro día fuimos Greenwich, donde el meridiano 0… en barco por el Támesis!, de modo que si teníamos pocas panorámicas de Londres, ahí van más. Y antes de que se me olvide, para que veáis lo pequeño que es el mundo, conocimos allí a una chica americana, Jennifer, que hablaba español bastante bien y que este cuatrimestre va a estudiar en Granada, así que ya tiene nuestros e-mails.

Volvimos a Swansea Raquel y yo; esa tarde nos habíamos despedido de nuestros amigos en la estación de tren, como deberían ser las despedidas (siempre en andenes, estaciones o lo que sea). La casa seguía tan silenciosa y fría como siempre, y nosotros teníamos el lunes por delante para poner todo lo que llevábamos pendiente en orden. ¿Cómo se hace eso? Durmiendo poco y corriendo mucho. Nos dio tiempo a despedirnos de la gente más allegada, hacer las últimas compras (souvenirs incluidos), hacer las últimas comidas, limpiar la casa, repartir la comida entre nuestros amigos swanseros y pasar una noche en vela para despedirnos bien de la casa (o para no dormirnos y perder el tren). No se lo conté a Raquel, pero esa noche, mientras estaba yo en mi cuarto mirando sin mirar páginas webs, vi de refilón algo correr por el pasillo. Algo que juraría era un ratón muy pequeño. Me callé, pues no quería que la histeria destrozara la merecidísima despedida, e incluso caí rendido en la cama por una hora hasta que Raquel llegó con cara de flipada para enseñarme a un gato que dormía en el jardín… Me dolió echar la llave de la casa (aún la llevo colgada al cuello, tan sólo dejé una copia :P) pero el accidentado viaje ayudó a hacer más pasajero el adiós “definitivo”. No he comentado que esa última semana el tiempo estaba siendo cojonudo, cielos despejados llenos de sol y brisa marina.


Avión. Y luego, Madrid. Nada más llegar con la maleta sin ruedas, encendí el móvil y ¡sorpresa!, mensaje de Carlos. Al final los galeses no se salieron con la suya, amigo. Y esperando con un rótulo en el que se leía BRIAN, ahí tenía a Cris, Beleita y Larisa. Lo que son las cosas, que no las habías saludado cuando recibí la llamada de Aarón porque no podía pasarse (cachislamarsalá), pero otra bienvenida. Y con mis cuentacuentos madrileñas dando vueltas por Madrid en Metro (la vida está llena de imposibles, y uno de esos imposibles era que yo llegara a tiempo a Atocha xDDD). Me llegó otro mensaje de Jara para decirme “hola!!” y darme ánimos por la despedida. En serio, esto de tener amigos cuentacuentos es un plus que no habría previsto tiempo ha, y que me llena de alegría. Amigos en todos los puertos, y eso que Madrid no tiene playa :) Me hicieron compañía, me guiaron camino a la estación y me ayudaron a alimentarme, que venía un poco vacío (para la de metáforas que dará este adjetivo, eh?) y me volví a despedir de ellas (sí, en un andén; sí, en el mismo andén en el que me despedí tras la quedada abulense). El viaje duró dos películas y media hora de descanso, así que llegué a Granada a las 12 y media.
Granada me sabe distinta. Le faltan matices, o lo mismo le sobran otros, no sé… La cuestión es que nada más llegar tuve la sensación de que las cosas habían cambiado y nada sería lo mismo. Siempre pienso eso hasta que me adapto, y de nuevo llega otro cambio y lo vuelvo a notar y lo vuelvo a sufrir y me vuelvo a adaptar. Me alojé en el piso de mi hermano mientras buscaba piso que encontré y que finalmente es el que creía que iba a ser. Un piso en Camino de Ronda, un poco a tomar por culo, con tres italianos y un jerezano. Atentos al dato: dos de los italianos son de Florencia y estudian medicina. ¿Quién está ahora mismo en Florencia de Erasmus y estudia Medicina aquí en Granada? El mundo es un puto pañuelo. Mientras estaba en Granada me llamó Silvia por la noche; me quedé mirando el teléfono porque estaba bloqueado, la única Silvia que me venía a la cabeza era una del instituto a la que ni siquiera echo de menos, pero entonces caí. Descolgué y nadie respondía, tan sólo la voz de Ismael Serrano mientras hablaba de niños que crecen antes de lo debido, mientras cantaba “Si Peter Pan viniera”. Me dejó con la sonrisa en los labios, (más)cara de (más) tonto y volví a cenar con la melodía en la cabeza.

Me peleé con mi hermano. Dos días y ya peleados, por eso nos hemos llevado tan bien estos meses. Por otra parte es lógico, somos dos personalidades enfrentadas y sabemos dónde darnos para jodernos bien jodidos, aunque nunca llegamos a esos extremos. Total, que volví a casa con la familia, hola Dylan qué bien vienes y encima no estás delgado, y lo primero que me encuentro es un paquete para mí… tatatachán, en el remitente Indi con nombre y apellidos: Los sembradores de vientos ya es una realidad entre mis manos, señores. GRACIAS. El libro tiene muy buena pinta, por eso mismo no quiero hacer lo que hago últimamente con todos, empezarlo y dejarlo muerto de risa. Le auguro un futuro prometedor, leído por las tardes en el parque García Lorca. Por eso mismo me he tomado la revancha con libros que llevaba a medias. Tras el descanso literario no tardó en aparecer el verdadero significado de estar en Bélmez, y no podía ser otro que echar una mano en el campo en otro de esos preciosos días de aceituna. A estas alturas y aún no han acabado, de modo que me tragué tres jornales como el que no quiere la cosa. Nada mejor para mantener Swansea lejos de mis pensamientos.

La vuelta a Granada me dejó un poco a medias, en un piso nuevo, lejos de donde he vivido los otros dos años, en una habitación tan pequeña como acostumbran a ser en Granada y con compañeros de piso italianos. El piso huele a marihuana. Mucho. Mi armario está en el pasillo porque así me deja más espacio libre en el dormitorio. Todo tiene explicación, y mis compañeros son simpáticos: ayer me invitaron a comer pasta totalmente italiana, exquisita. Lo de las explicaciones, porque en un cuarto tienen un criadero de marihuana con 6 macetas bastante creciditas. Las niñas, las llaman. Y bueno, ayer fui a hacer la primera compra y advertí dos cosas: la primera, que los precios han subido en estos meses; la segunda, que estoy acostumbrado a hacer la compra para muchas personas: un pollo entero troceado, carne picada, 2 hamburguesas y una bandeja de filetes de lomo es mucha carne para una persona. Maldito el día en que aprendí a cocinar. Las clases ni idea porque todavía no he ido a ninguna. Me excuso con eso de que soy moroso, es decir, no he pagado aún las tasas de la universidad así que se supone que no existo para la UGR, pero hoy me ha dado la vena sentimental y me he tirado a la Caja Granada a que me quitaran la etiqueta de deudor. Mañana iré a matricularme de todas esas asignaturas de las que no lo hice en su tiempo para quitarme créditos y materia, y con algo de suerte el año que viene estaré definitivamente libre de la cadena llamada Traducción. O no, quién sabe.


Lo bueno siguen siendo los reencuentros, aunque las cosas cambien y cada uno viva en un sitio y tus amigos estén instalados en su vida granadina sabes que puedes rascar y siempre te llevarás tu buena parte. En la universidad la gente te ve y se nota quién te ha echado de menos y quién lo dice por compromiso, pero en ambos casos es reconfortante saber que sigues teniendo un hueco. Siempre puedo contar con mi piña, los mismos amigos que hace un año nos reunimos en Budapest y que éste fueron a Barcelona (yo no pude, me quedaba decir adiós a la madre Bretaña), y me han traído un kit de emergencia para pasar la depresión post-erasmus. Esta tarde me reúno con María y Raquel de nuevo, a ver asignaturas, pasar un rato juntos, reírnos de nosotros mismos y tratar de coincidir en alguna maldita asignatura para demostrar que los demás lo hacen peor que uno mismo :)


domingo, 27 de abril de 2014

Koldo: una Erasmus VII

Poco después de la tanda de exámenes, llegan las primeras despedidas. Koldo tiene beca todo el año, pero no sucede lo mismo con algunos de sus compañeros. Meneslaos ha conseguido un acuerdo entre su universidad y la de Oxford, de modo que estará hasta el final del curso académico. Ruth no puede permitirse un curso entero de Erasmus en quinto de Medicina, o así lo piensa, y por eso solicitó una plaza de medio curso; no ha intentado prolongar la estancia, tiene claro que debe volver. Un día, en un paseo por la universidad, Koldo y Ruth caminan de vuelta a sus casas, donde ella planea invitarle a comer berenjenas gratinadas.
-Pensar que a esto sólo le quedan cinco días...
-Quédate más -le dice él. -Esto no va a ser lo mismo sin ti.
-Vendrá gente nueva, siempre pasa.
-Pero no son Ruth. ¿Quién va a aportar algo de decencia musical en las fiestas?
Ella ríe. Sabe que es cierto, pero en Barcelona le espera su vida de siempre, sus amigas, su pandilla...
-¿Sabes que lo único que me da lástima de irme es la música en directo en los pubs?
-Te puede la música. Yo echaría de menos otras cosas...
-También echaré de menos a la gente, claro. Alexia, Günter, Mini, Alex, Alain, Joni, Salma, Richard, Koldo...
Koldo la abraza por el hombro. Una rasta le roza la mano y piensa que echará de menos las rastas de Ruth.
-¿Qué vas a hacer hoy de comer? ¿Los restos que tengas en tu casa?
-Las berenjenas y macarrones con salchichas y salsa bolognesa.



Antes de que la primera hornada de Erasmus se vaya, se organiza una fiesta monumental donde toda la ciudad está invitada, o al menos toda la comunidad internacional de la ciudad. Con el precio de la entrada, diez libras, barra libre de comida y bebida, se alquila un bajo abandonado y se instalan altavoces y luces de colores, tablas a modo de mesa y poco más. La gente comienza a llegar a las seis de la tarde; muchos de ellos seguirán ahí a las seis de la mañana.
Toda la noche transcurre sin problemas, sin grandes momentos, con una apacible amistad, con la tranquilidad que otorga la camaradería formada por los presentes. Prácticamente se conocen todos tras esos meses de convivencia, de cruzarse en los pasillos de la facultad, en las calles, el supermercado, las fiestas. Son demasiados nombres, demasiados idiomas, demasiados momentos compartidos... Hay abrazos, promesas, cuadernos donde apuntan direcciones, números de teléfono, skypes, twitters, facebooks, ese hilo invisible con el que mantener la relación. Saben que no volverán a estar todos juntos, y por eso lo celebran.
No obstante, llegado un punto se acerca una chica griega al equipo de música, coge el micro y dice -Koldo no la conoce demasiado bien, ni siquiera recuerda su nombre, algo eslavo, tal vez Karina o Aleksa- que se tiene que ir, que su vuelo sale pronto y tiene que pasar por casa a recogerlo todo antes de coger el taxi al aeropuerto. En el discurso toca todas las teclas del tópico Erasmus: os echaré de menos, gracias a todos, sin vosotros esto no sería lo mismo, Oxford en el corazón, seguimos en contacto, nos vemos el año que viene aquí otra vez, gracias, os quiero, os quiero, os quiero.
Todos parecen quererse esa noche, piensa Koldo. Hay gente enrollándose en todas partes como si no hubiera mañana, y es que para muchos no habrá mañana y, antes de arrepentirse, han optado por lanzarse de lleno al sexo furtivo de despedida. Muchas parejas se rompen esta noche, surgen algunas nuevas, Koldo no deja de pensar en Dafne. Ya debería haber salido del trabajo y no lo ha llamado. Sale al exterior para llamar y le llega un mensaje con diez llamadas perdidas de parte de su novia. En el interior no hay cobertura, joder. La llama y ella no responde, lo llevará en el bolso. Se pone nervioso, se inquieta, oye una canción que le gusta y se intenta convencer de que Dafne, harta de trabajar, ha optado por irse a dormir. Sí, será eso.
Baila la conga con la gente, esta fiesta es la hostia. Koldo también escribe en el mural unas palabras de despedida y agradecimiento, vomita un par de lugares comunes y lo deja ahí. Aún le queda medio curso de Erasmus, qué más da. Ya tendrá tiempo de hacerles ver lo importantes que son, cuánto los quiere, de pasarlo bien juntos. Alguien arranca del mural lo que él acaba de escribir y se cabrea. Está a punto de insultar al responsable cuando se da cuenta de que es Ruth.
-¡Oye! ¿Te importa? ¡Que ya me voy!
-¿Que ya te vas?
-Claro, salgo de Heathrow, tengo que coger el coach a Londres para llegar a tiempo. Ven a decirme adiós, ¿no?
Koldo asiente y se deja llevar de la mano de Ruth.
-¡Ya me he despedido de todo el mundo! No te he visto.
-Es que he salido a llamar a Dafne, qué pena que estará muerta.
Salen a la calle. Cae la leve llovizna de Oxford sobre sus caras. En la calle hay rostros familiares que entran y salen, cantan, gritan en varios idiomas. Erasmus borrachos, la calle como un campo de batalla. Pasa delante de la casa un coche de policía y el tono baja considerablemente. Pasa de largo. Ruth coge las manos de Koldo y sonríe.

-Esto es una despedida, ¿no?
-Bueno, yo lo dejaría en un hasta pronto. Ya mismo estoy de vuelta por Barcelona. Me tendrás que ayudar a convencer a Maite con el papeleo.
-Koldo.
-¿Qué? No me hagas números, que tú no eres de las que lloran.
-Yo no soy de las que lloran -dice ella, y lo besa en los labios. Koldo responde al inesperado beso de Ruth con su lengua y con sus manos, con su cabeza y su sangre. Entonces, recapacita y se aleja de ella.
-Ruth... ¿Qué haces, tía? Estás loca, hostias. ¡Que Dafne es tu amiga!
Como un sortilegio, la figura de Dafne permanece con el rostro congelado delante de ellos, las manos aferradas al bolso, los ojos un sumidero de algo que Koldo no ha visto aún en ellos. Y Koldo lo ha visto todo en los ojos de Dafne. No dice nada. Se da la vuelta con paso decidido y sube en un taxi aparcado en la acera de enfrente. Koldo no es capaz de reaccionar, se queda vacío, como si su cuerpo consistiera en un molde de escayola y el interior hubiera resbalado a cualquier parte, se hubiera derramado con la lluvia. Se queda solo en la marabunta de cuerpos alcoholizados, de las canciones y los abrazos. Se queda de hielo durante horas en medio de la acera, y aunque lo intenta, no logra quitarse el sabor de la boca de Ruth. No lo sabe, pero no la volverá a ver.

sábado, 19 de abril de 2014

Entre fogones: Pollo asado

Ingredientes:

-Un pollo entero
-Dos limones
-Cerveza/Vino/Cocacola/Zumo
-Patatas (3, 4)
-Hierbas aromáticas al gusto (tomillo, romero, orégano...)
-Avecrem/Pastilla de caldo de pollo



Esto es fácil. Se puede hacer el pollo entero, aunque tal vez sea más difícil que se cocine bien, o incluso que no quepa en los minihornos que hay en las minicocinas hoy en día. A las malas, se trocea con unas tijeras. Un muslo y sobremuslo por un lado, el otro por otro lado y la pechuga en dos partes con sus respectivas alitas. Se quita la grasa y la piel sobrante (es decir, la que cuelga) y se salpimenta la carne. Si el pollo se prepara entero, se mete un limón rajado dentro y una pastilla de avecrem, así como hierbas aromáticas. Antes de poner sal y pimienta, untamos la carne con aceite sirviéndonos de las manos. Las patatas se pelan y trocean en láminas finas. Se engrasa la fuente, se hace una base de patatas y encima se pone el pollo con las hierbas y especias que cada uno guste, sin exagerar. Se estruja el otro limón por encima de la carne salpimentada y se añade, también por encima, la cerveza/vino/cocacola (creedme, el contraste entre el dulzor y la sal es de morirse). Si a alguien le gusta la cebolla mucho, puede mezclar aros de cebolla con las láminas de patata. Se mete la bandeja en el horno por arriba y abajo, y se va dando la vuelta a la carne a medida que se dora. Una señora comida que es un triunfo seguro.

jueves, 3 de abril de 2014

Despegarse

Ojo, no digo despedirse. Cuesta más despegarse que despedirse. Al fin y al cabo, esto último es sólo un trámite al que estamos acostumbrados.
Mañana vuelves a España.
Llevas 6, 8, 10 meses aquí y mañana vuelves a España. Tu familia dice que "ya era hora de volver a casa", pero tú sabes que ésta, que esto es tu casa. ¿Cómo vas a dejar tu casa, a Olga y Helen y Paulo y Federicco? ¿Cómo vas a plantearte siquiera no compartir cada día una pinta con Hans? ¿No estudiar en la biblioteca de la uni con Gabriel? ¿Cómo inventar siquiera la vida sin Salma? No te quieres ir, ésta es tu familia. Éste es tu hogar.
Sales sin arreglarte mucho; es la última noche, da igual como vayas hoy, tus amigos te recordarán por lo que habéis vivido juntos, no por lo que hagas hoy. No por lo que te emborraches hoy, con quien te líes hoy, lo que digas hoy... El plan es partirla mucho. Hacer una enorme fiesta de despedida por toda la ciudad. Todos los bares. Las discotecas. Toda la noche. Y eso hacéis todos juntos. No lo piensas, de hecho tratas de no pensarlo demasiado para que no te obsesione, pero hoy miras a todo el mundo con otros ojos, porque algo dentro de ti sabe que a algunas de esas personas no las volverás a ver en la vida. Eso te destroza y te derrota, pero hoy es la fiesta. Hay que celebrar el tiempo juntos, el primer día que os visteis, cuando ni tú podías decir nada en la otra lengua, ni los demás se atrevían. Os reís de los malentendidos de entonces, de los viajes y las anécdotas, de los amigos que han venido a visitaros. Habláis como si tuvierais cincuenta o sesenta años, como si llevárais una vida fuera de casa. Y es que en el fondo sabéis que os lleváis muchas vidas, que os lleváis todas las vidas de quienes se han cruzado en vuestro camino.
También observas con tristeza los bares, los restaurantes, los parques donde has vivido. Ahí, ese primer beso, ¿te acuerdas? Ahí, donde leías a Goethe cuando hacía sol, ahí, donde el camarero que siempre invitaba a una ronda de chupitos. Llegado un punto, cuentas las horas. Dices me quedan cinco horas, sólo cinco horas que estar con vosotros, sólo cinco horas antes de la despedida. Y peor aún: mañana a esta hora, estaré en España, solo. Solo. Esa palabra pesa como una losa, porque durante estos meses has vivido siempre rodeado de gente que mañana no estará. Te entra la pena, empiezas a abrazar a gente, intentas sincerarte. Tío, que menos mal que te he conocido. Joder, os voy a echar de menos, espero que vengáis a visitarme. Tú... de ti no me quiero despedir, te quiero demasiado. Ésta era la parte que no queríamos que llegara. Y eso que al principio quería volver a mi país. Te voy a echar tanto de menos. Gracias. Gracias. Gracias por ser mi amigo. Esto es sólo el principio. Es una promesa.
Todos llorando, unos más, unos menos, unos por fuera, otros por dentro, empieza el ritual de despedida. Idiota, que eres un idiota, esto por irte el primero. Sonrisas cómplices, abrazos, guiños, susurros. De la nada surge Lena, que lleva toda la noche esquiva, con una caja enorme entre los brazos. Tu kit de despedida. Lo abren y empiezan a sacar fotos, ropa que has dejado por media ciudad, pequeños guiños que sólo tú entenderás (basura potencial para tu madre). Luego, la bandera del país firmada por la comunidad que ha sido tu familia este tiempo. Una sudadera de la universidad... ¡firmada por tu coordinador! Más llorera. Que son las seis, las siete. Que quedan dos putas horas, que vamos a mi casa.
Aprovechas cada minuto de esas dos horas. Abrazas, besas, prometes, sonríes, lloras, dudas, ríes, dudas. Tienes que decir adiós. Lo llevas haciendo toda tu vida, no puede ser tan difícil... Pero no te sale. Te vas al fin, te despides con la mano. Todos te aplauden, puede que te coreen algo, te canta "esa" canción en mil acentos juntos. Te parece la música más maravillosa del mundo.
Sales del local y no vuelves la pista. Ya en la calle, cae sobre tus hombros todo el peso del mundo. Sucede algo extraño, te cuesta respirar, no puedes respirar. Tragas saliva, el pecho te desgarra y te hierve la cabeza. Quieres llorar, pero no puedes. No has estado más triste en tu vida, pero no has sido más feliz en tu vida. Sólo hay en tu cabeza rostros y momentos, y promesas, y en el silencio de la calle de un país que por primera vez se tercia sordo, sonríes. Vale, tus ojos lloran como nunca, pero nadie va poder quitarte de la cara esa puta sonrisa.

Nos olemos.

domingo, 23 de marzo de 2014

Exámenes

Hasta tú, incauto Erasmus, inocente criatura, tendrás que pasar por el trance de los exámenes. Porque los Erasmus, por mucho que se cuente, por muchas leyendas urbanas que circulen, también tienen examen.
En esto, como en todo, el que sea responsable no tendrá problemas. La verdad sea dicha, no hay que matarse a estudiar, pero tampoco hay que ser un auténtico descerebrado. Hay que, al menos, saber cuándo son los exámenes, presentarse e intentarlo. A mí me han contado de todo sobre estudiantes internacionales en época de exámenes: desde los que han ido, el profesor ha tachado sus nombres de la lista, les ha puesto un aprobado y los ha dejado marchar, los que han firmado el examen y con eso ha bastado, los que han indicado que son Erasmus para aprobar, los que han llorado en el despacho porque se les pasó la fecha del examen, los que... mil versiones de la misma cara de la moneda: a los Erasmus los aprueban porque sí.
Yo, para ser sincero, tuve un poco de todo. Exámenes que aprobé fácilmente, sin exámenes pero con entregas periódicas, y otros exámenes que, no sé cómo, aprobé. En cualquier caso, me los preparé todos en grupo, con mis amigos Erasmus, en algunas noches en la biblioteca y reuniones caseras para estudiar, con cantidades ingentes de comida basura. Nos funcionó. Hablamos con algún profesor que nos dio consejos y pequeñas pistas para aprobar. No hicimos trampas, pero aprobamos. No sacamos matrícula, ni siquiera sobresaliente, ni siquiera notable, pero aprobamos. Académicamente, cumplimos.
      Lo que es cierto es que, en muchos casos, con esto del plan Bolonia y la europeización de la enseñanza, se prodiga lo de los trabajos individuales y en grupo en lugar de los exámenes habituales.
      Luego, cuando tienes las notas, que suelen ser unas notas reguleras, al volver a tu universidad de origen toca hacer las conversiones, de modo que se inflarán un poco y podrás respirar tranquilo.


lunes, 17 de marzo de 2014

Koldo: una Erasmus VI

Llegan los exámenes. De pronto, todo se precipita. Saben que el tiempo antes de los exámenes supondrá la diferencia entre un año inolvidable y un año de mierda. Además, algunos amigos se irán de vuelta a casa porque cuentan sólo con seis meses de beca, o menos. La Erasmus debería ser obligatoriamente de un año, acuerdan todos. Algunos intentan que les amplíen la estancia; algunos, como Menelaos, el griego que se ha convertido en su mejor amigo en Oxford. Koldo pierde muchas horas ante el correo de su coordinador donde le anuncia que, debido a sus numerosas faltas de asistencia a clase y seminarios, no puede presentarse a dos de sus cinco asignaturas. Cada vez que relee el mensaje, le invade la angustia: un año perdido por no saber decir no a una fiesta. Se maldice, se insulta, se culpa constantemente. No tiene excusa, ya es un hombre de veintitrés años, no un crío recién llegado a la universidad. A pesar de ello, se prepara los exámenes. Va a la biblioteca con sus amigos, pasa en vela varias noches, compra libros... Después de todo, la ciudad es famosa por su universidad, y todo está lleno de librerías de todo tipo y salas de estudio para todos los gustos.
Ahora es él el que ve a Dafne dormir y tiene que aguantar a base de café y Redbulls con sus amigos Meneslao y Lorenzo de biblioteca en biblioteca. Cuando se aburren de una, se van a otra luego a otra, y así hasta que amanece. Desayunan, compran algo en el Sainsbury's cerca de casa y se van a dormir. Despiertan a mediodía, cuando toda Gran Bretaña ya ha almorzado, y aliñan una ensalada de bolsa o abren un sandwich preparado o cuecen algo de pasta y engullen sin ganas. Vuelven a coger los libros, los apuntes, van a la biblioteca el poco tiempo de día que queda y retoman la rutina. Así, sin parar durante las dos semanas anteriores a los exámenes.
Cuando llegan las fechas reales de las pruebas, Koldo empieza a agobiarse. Bromea todo el tiempo, le resta importancia a los exámenes, pero a la hora de la verdad se preocupa. A lo largo de dos semanas tiene en total cinco exámenes, de modo que no le preocupa que se le solapen en el mismo día. Se presenta a Geografía, al práctico de laboratorio y, por fin, a Microbiología. A pesar de que su coordinador le ha dicho que no se puede presentar, se lo ha preparado y decide hacerlo. Entra en el gimnasio donde han distribuido las mesas con estudiantes de distintas titulaciones, asignaturas y cursos, se coloca donde le indican y hace su examen. Duda con tiempos gramaticales, con la escritura de ciertos términos y, por supuesto, con las respuestas correctas, pero responde a todas las preguntas, hace esquemas, dibujos... Puede que hasta saque una buena nota.
El siguiente examen, Matemáticas, no le resulta tan asequible. Con todo, no teme tanto por su inglés como por la complejidad de las fórmulas y razonamientos numéricos. Por último, tiene el examen de Energías Renovables y perspectivas de futuro, que es una optativa que ha descuidado bastante al ser, en apariencia, la más sencilla. Así, se supone que tampoco debería presentarse al examen, pero lo hace sin demasiada dificultad. Se le escapan referentes y conceptos en los enunciados porque no ha asistido a la mayoría de clases, pero lo sortea con calma. Con algo de suerte, habrá aprobado las cinco asignaturas. De momento, sólo le queda esperar, y a los dos días de terminar el último examen le comunican que ha aprobado tanto Geografía como el práctico. Al día siguiente, le dicen que también ha aprobado casi de milagro Matemáticas, aunque el siguiente cuatrimestre tendrá que ponerse las pilas para mantener el aprobado.
Los días pasan sin tener noticia de las dos asignaturas a las cuales no debería de haberse presentado. Mosqueado, resuelve ir a hablar con los profesores responsables de las asignaturas y a ello dedica dos días. El profesor de Micro le confiesa que está sorprendido con el resultado del examen, que debería obtener un notable, pero que la falta de asistencia le impide poder aprobarle. Acuerdan que Koldo se apunte a uno de los grupos de trabajo de la asignatura en el segundo cuatrimestre, y así le mantendrá la nota. Con Energías Renovables, sin embargo, no corre tanta suerte. Tiene un 3 de 10, de modo que el suspenso, sumado a su falta de asistencia, es inevitable. Koldo lo asume, aunque se plantea presentarse a la convocatoria extra al final del año académico para redimirse.

Cuatro de cinco en otro país, en otro idioma, en otro mundo. No está mal, se dice.

viernes, 14 de marzo de 2014

Entre fogones: lasaña pobre

Cuando en 2007 me fui de Erasmus, al menos al principio traté de ser creativo y constante en la cocina. Recuerdo en especial tres platos: el champiñón gratinado con beicon y bechamel, mi arroz de pollo aborto de paella y mi falsa lasaña o lasaña pobre. Estos tres platos los saqué a base de intuición y mucha cara dura, pero uno que resultó ser todo un éxito fue la falsa lasaña. Hace unas semanas decidí volver a probar suerte con este plato. Han pasado más de seis años desde entonces, pero he de reconocer que ahora me sabe mejor que nunca. Resulta ser un intento o amago de lasaña para cuando se es muy pobre o inexperto en las artes culinarias. Al final, lo importante es el resultado, y para la poca inversión de dinero, lo cierto es que es todo un éxito. Eso sí, resulta algo más complicado de hacer que las demás recetas que he dejado en este blog, pero vale la pena. Sin más dilación, allá vamos:



INGREDIENTES
-Mantequilla
-Harina de trigo
-Leche (entera o semi)
-Nuez moscada
-Macarrones
-Champiñones en lata (a poder ser, laminados)
-Cebolla
-Carne picada (cerdo o mezcla de cerdo y ternera)
-Queso para gratinar
-Tomate frito, opcional
-Paté de hígado de cerdo, opcional
-Aceite de oliva
-Sal y pimienta

ELABORACIÓN
Para hacer este plato hay que crear tres elementos separados: pasta, sofrito y bechamel. A mí me gusta hacer mi propia bechamel, pero se puede comprar hecha. Por lo general, voy haciendo las tres cosas a la vez para cuando están listas, meterlas en el recipiente del horno sin esperar más.
Pasta: se cuecen los macarrones en agua con aceite y sal. Se cuecen mucho, hasta quedar casi aplastados, y se pasan por agua fría
Sofrito: se pican muy muy pequeños una cebolla y una lata de champiñones, y se sofríen un poco en aceite de oliva. Se añaden el paté y la carne (al menos medio kilo), y se salpimenta. Se mueve hasta que la carne queda bien cocinada y la cebolla bien pochada. Se reserva el sofrito.
Bechamel: se pone a derretir mantequilla en la sartén al fuego. Cuando está líquida y empieza a hervir, se añaden dos o tres cucharadas generosas de harina y se remueve. Cuando la harina se va tostando, se añade leche y remueve mucho todo con una cuchara de palo. Si todo va bien, la harina irá ligándose con la leche y espesando. Se añade sal, nuez moscada y, opcional, un poco de caldo de carne. Cuando la textura de la bechamel es la adecuada, se retira del fuego.
Emplatado: en el fondo de un recipiente se pone una capa de tomate frito, si bien es opcional. Encima se hace una capa generosa con el sofrito, seguida de otra más fina con los macarrones apelmazados. Por último, se cubren con la bechamel y se añade bastante queso. Se gratina todo en el horno o microondas hasta que el queso se tuesta o dora.

Está riquísimo y es una receta que siempre triunfa.