Hasta tú,
incauto Erasmus, inocente criatura, tendrás que pasar por el trance
de los exámenes. Porque los Erasmus, por mucho que se cuente, por
muchas leyendas urbanas que circulen, también tienen examen.
En esto,
como en todo, el que sea responsable no tendrá problemas. La verdad
sea dicha, no hay que matarse a estudiar, pero tampoco hay que ser un
auténtico descerebrado. Hay que, al menos, saber cuándo son los
exámenes, presentarse e intentarlo. A mí me han contado de todo
sobre estudiantes internacionales en época de exámenes: desde los
que han ido, el profesor ha tachado sus nombres de la lista, les ha
puesto un aprobado y los ha dejado marchar, los que han firmado el
examen y con eso ha bastado, los que han indicado que son Erasmus
para aprobar, los que han llorado en el despacho porque se les pasó
la fecha del examen, los que... mil versiones de la misma cara de la
moneda: a los Erasmus los aprueban porque sí.
Yo, para
ser sincero, tuve un poco de todo. Exámenes que aprobé fácilmente,
sin exámenes pero con entregas periódicas, y otros exámenes que,
no sé cómo, aprobé. En cualquier caso, me los preparé todos en
grupo, con mis amigos Erasmus, en algunas noches en la biblioteca y
reuniones caseras para estudiar, con cantidades ingentes de comida
basura. Nos funcionó. Hablamos con algún profesor que nos dio
consejos y pequeñas pistas para aprobar. No hicimos trampas, pero
aprobamos. No sacamos matrícula, ni siquiera sobresaliente, ni
siquiera notable, pero aprobamos. Académicamente, cumplimos.
Lo que
es cierto es que, en muchos casos, con esto del plan Bolonia y la
europeización de la enseñanza, se prodiga lo de los trabajos
individuales y en grupo en lugar de los exámenes habituales.
Luego,
cuando tienes las notas, que suelen ser unas notas reguleras, al
volver a tu universidad de origen toca hacer las conversiones, de
modo que se inflarán un poco y podrás respirar tranquilo.
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