Dicen que cuando eres Erasmus, lo eres de por vida. Que el espíritu viajero te invade, que fue el mejor año de tu vida. Que te casarás con tu novia erasmus, que volverás a tu ciudad y que lo pasarás muy muy mal recordando todos los pequeños momentos que conformaron ese año. Espero que este blog te sirva de alguna ayuda. Mi erasmus fue ASÍ

jueves, 3 de abril de 2014

Despegarse

Ojo, no digo despedirse. Cuesta más despegarse que despedirse. Al fin y al cabo, esto último es sólo un trámite al que estamos acostumbrados.
Mañana vuelves a España.
Llevas 6, 8, 10 meses aquí y mañana vuelves a España. Tu familia dice que "ya era hora de volver a casa", pero tú sabes que ésta, que esto es tu casa. ¿Cómo vas a dejar tu casa, a Olga y Helen y Paulo y Federicco? ¿Cómo vas a plantearte siquiera no compartir cada día una pinta con Hans? ¿No estudiar en la biblioteca de la uni con Gabriel? ¿Cómo inventar siquiera la vida sin Salma? No te quieres ir, ésta es tu familia. Éste es tu hogar.
Sales sin arreglarte mucho; es la última noche, da igual como vayas hoy, tus amigos te recordarán por lo que habéis vivido juntos, no por lo que hagas hoy. No por lo que te emborraches hoy, con quien te líes hoy, lo que digas hoy... El plan es partirla mucho. Hacer una enorme fiesta de despedida por toda la ciudad. Todos los bares. Las discotecas. Toda la noche. Y eso hacéis todos juntos. No lo piensas, de hecho tratas de no pensarlo demasiado para que no te obsesione, pero hoy miras a todo el mundo con otros ojos, porque algo dentro de ti sabe que a algunas de esas personas no las volverás a ver en la vida. Eso te destroza y te derrota, pero hoy es la fiesta. Hay que celebrar el tiempo juntos, el primer día que os visteis, cuando ni tú podías decir nada en la otra lengua, ni los demás se atrevían. Os reís de los malentendidos de entonces, de los viajes y las anécdotas, de los amigos que han venido a visitaros. Habláis como si tuvierais cincuenta o sesenta años, como si llevárais una vida fuera de casa. Y es que en el fondo sabéis que os lleváis muchas vidas, que os lleváis todas las vidas de quienes se han cruzado en vuestro camino.
También observas con tristeza los bares, los restaurantes, los parques donde has vivido. Ahí, ese primer beso, ¿te acuerdas? Ahí, donde leías a Goethe cuando hacía sol, ahí, donde el camarero que siempre invitaba a una ronda de chupitos. Llegado un punto, cuentas las horas. Dices me quedan cinco horas, sólo cinco horas que estar con vosotros, sólo cinco horas antes de la despedida. Y peor aún: mañana a esta hora, estaré en España, solo. Solo. Esa palabra pesa como una losa, porque durante estos meses has vivido siempre rodeado de gente que mañana no estará. Te entra la pena, empiezas a abrazar a gente, intentas sincerarte. Tío, que menos mal que te he conocido. Joder, os voy a echar de menos, espero que vengáis a visitarme. Tú... de ti no me quiero despedir, te quiero demasiado. Ésta era la parte que no queríamos que llegara. Y eso que al principio quería volver a mi país. Te voy a echar tanto de menos. Gracias. Gracias. Gracias por ser mi amigo. Esto es sólo el principio. Es una promesa.
Todos llorando, unos más, unos menos, unos por fuera, otros por dentro, empieza el ritual de despedida. Idiota, que eres un idiota, esto por irte el primero. Sonrisas cómplices, abrazos, guiños, susurros. De la nada surge Lena, que lleva toda la noche esquiva, con una caja enorme entre los brazos. Tu kit de despedida. Lo abren y empiezan a sacar fotos, ropa que has dejado por media ciudad, pequeños guiños que sólo tú entenderás (basura potencial para tu madre). Luego, la bandera del país firmada por la comunidad que ha sido tu familia este tiempo. Una sudadera de la universidad... ¡firmada por tu coordinador! Más llorera. Que son las seis, las siete. Que quedan dos putas horas, que vamos a mi casa.
Aprovechas cada minuto de esas dos horas. Abrazas, besas, prometes, sonríes, lloras, dudas, ríes, dudas. Tienes que decir adiós. Lo llevas haciendo toda tu vida, no puede ser tan difícil... Pero no te sale. Te vas al fin, te despides con la mano. Todos te aplauden, puede que te coreen algo, te canta "esa" canción en mil acentos juntos. Te parece la música más maravillosa del mundo.
Sales del local y no vuelves la pista. Ya en la calle, cae sobre tus hombros todo el peso del mundo. Sucede algo extraño, te cuesta respirar, no puedes respirar. Tragas saliva, el pecho te desgarra y te hierve la cabeza. Quieres llorar, pero no puedes. No has estado más triste en tu vida, pero no has sido más feliz en tu vida. Sólo hay en tu cabeza rostros y momentos, y promesas, y en el silencio de la calle de un país que por primera vez se tercia sordo, sonríes. Vale, tus ojos lloran como nunca, pero nadie va poder quitarte de la cara esa puta sonrisa.

Nos olemos.

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