Ojo, no
digo despedirse. Cuesta más despegarse que despedirse. Al fin y al
cabo, esto último es sólo un trámite al que estamos acostumbrados.
Mañana
vuelves a España.
Llevas
6, 8, 10 meses aquí y mañana vuelves a España. Tu familia dice que
"ya era hora de volver a casa", pero tú sabes que ésta,
que esto es tu casa. ¿Cómo vas a dejar tu casa, a Olga y Helen y
Paulo y Federicco? ¿Cómo vas a plantearte siquiera no compartir
cada día una pinta con Hans? ¿No estudiar en la biblioteca de la
uni con Gabriel? ¿Cómo inventar siquiera la vida sin Salma? No te
quieres ir, ésta es tu familia. Éste es tu hogar.
Sales
sin arreglarte mucho; es la última noche, da igual como vayas hoy,
tus amigos te recordarán por lo que habéis vivido juntos, no por lo
que hagas hoy. No por lo que te emborraches hoy, con quien te líes
hoy, lo que digas hoy... El plan es partirla mucho. Hacer una enorme
fiesta de despedida por toda la ciudad. Todos los bares. Las
discotecas. Toda la noche. Y eso hacéis todos juntos. No lo piensas,
de hecho tratas de no pensarlo demasiado para que no te obsesione,
pero hoy miras a todo el mundo con otros ojos, porque algo dentro de
ti sabe que a algunas de esas personas no las volverás a ver en la
vida. Eso te destroza y te derrota, pero hoy es la fiesta. Hay que
celebrar el tiempo juntos, el primer día que os visteis, cuando ni
tú podías decir nada en la otra lengua, ni los demás se atrevían.
Os reís de los malentendidos de entonces, de los viajes y las
anécdotas, de los amigos que han venido a visitaros. Habláis como
si tuvierais cincuenta o sesenta años, como si llevárais una vida
fuera de casa. Y es que en el fondo sabéis que os lleváis muchas
vidas, que os lleváis todas las vidas de quienes se han cruzado en
vuestro camino.
También
observas con tristeza los bares, los restaurantes, los parques donde
has vivido. Ahí, ese primer beso, ¿te acuerdas? Ahí, donde leías
a Goethe cuando hacía sol, ahí, donde el camarero que siempre
invitaba a una ronda de chupitos. Llegado un punto, cuentas las
horas. Dices me quedan cinco horas, sólo cinco horas que estar con
vosotros, sólo cinco horas antes de la despedida. Y peor aún:
mañana a esta hora, estaré en España, solo. Solo. Esa palabra pesa
como una losa, porque durante estos meses has vivido siempre rodeado
de gente que mañana no estará. Te entra la pena, empiezas a abrazar
a gente, intentas sincerarte. Tío, que menos mal que te he conocido.
Joder, os voy a echar de menos, espero que vengáis a visitarme.
Tú... de ti no me quiero despedir, te quiero demasiado. Ésta era la
parte que no queríamos que llegara. Y eso que al principio quería
volver a mi país. Te voy a echar tanto de menos. Gracias. Gracias.
Gracias por ser mi amigo. Esto es sólo el principio. Es una promesa.
Todos
llorando, unos más, unos menos, unos por fuera, otros por dentro,
empieza el ritual de despedida. Idiota, que eres un idiota, esto por
irte el primero. Sonrisas cómplices, abrazos, guiños, susurros. De
la nada surge Lena, que lleva toda la noche esquiva, con una caja
enorme entre los brazos. Tu kit de despedida. Lo abren y empiezan a
sacar fotos, ropa que has dejado por media ciudad, pequeños guiños
que sólo tú entenderás (basura potencial para tu madre). Luego, la
bandera del país firmada por la comunidad que ha sido tu familia
este tiempo. Una sudadera de la universidad... ¡firmada por tu
coordinador! Más llorera. Que son las seis, las siete. Que quedan
dos putas horas, que vamos a mi casa.
Aprovechas
cada minuto de esas dos horas. Abrazas, besas, prometes, sonríes,
lloras, dudas, ríes, dudas. Tienes que decir adiós. Lo llevas
haciendo toda tu vida, no puede ser tan difícil... Pero no te sale.
Te vas al fin, te despides con la mano. Todos te aplauden, puede que
te coreen algo, te canta "esa" canción en mil acentos
juntos. Te parece la música más maravillosa del mundo.
Sales
del local y no vuelves la pista. Ya en la calle, cae sobre tus
hombros todo el peso del mundo. Sucede algo extraño, te cuesta
respirar, no puedes respirar. Tragas saliva, el pecho te desgarra y
te hierve la cabeza. Quieres llorar, pero no puedes. No has estado
más triste en tu vida, pero no has sido más feliz en tu vida. Sólo
hay en tu cabeza rostros y momentos, y promesas, y en el silencio de
la calle de un país que por primera vez se tercia sordo, sonríes.
Vale, tus ojos lloran como nunca, pero nadie va poder quitarte de la
cara esa puta sonrisa.
Nos
olemos.
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