Poco
después de la tanda de exámenes, llegan las primeras despedidas.
Koldo tiene beca todo el año, pero no sucede lo mismo con algunos de
sus compañeros. Meneslaos ha conseguido un acuerdo entre su
universidad y la de Oxford, de modo que estará hasta el final del
curso académico. Ruth no puede permitirse un curso entero de Erasmus
en quinto de Medicina, o así lo piensa, y por eso solicitó una
plaza de medio curso; no ha intentado prolongar la estancia, tiene
claro que debe volver. Un día, en un paseo por la universidad, Koldo
y Ruth caminan de vuelta a sus casas, donde ella planea invitarle a
comer berenjenas gratinadas.
-Pensar que a esto sólo le quedan cinco días...
-Quédate más -le dice él. -Esto no va a ser lo mismo sin ti.
-Vendrá gente nueva, siempre pasa.
-Pero no son Ruth. ¿Quién va a aportar algo de decencia musical en
las fiestas?
Ella ríe. Sabe que es cierto, pero en Barcelona le espera su vida de
siempre, sus amigas, su pandilla...
-¿Sabes que lo único que me da lástima de irme es la música en
directo en los pubs?
-Te puede la música. Yo echaría de menos otras cosas...
-También echaré de menos a la gente, claro. Alexia, Günter, Mini,
Alex, Alain, Joni, Salma, Richard, Koldo...
Koldo la abraza por el hombro. Una rasta le roza la mano y piensa que
echará de menos las rastas de Ruth.
-¿Qué vas a hacer hoy de comer? ¿Los restos que tengas en tu casa?
-Las berenjenas y macarrones con salchichas y salsa bolognesa.
Antes de
que la primera hornada de Erasmus se vaya, se organiza una fiesta
monumental donde toda la ciudad está invitada, o al menos toda la
comunidad internacional de la ciudad. Con el precio de la entrada,
diez libras, barra libre de comida y bebida, se alquila un bajo
abandonado y se instalan altavoces y luces de colores, tablas a modo
de mesa y poco más. La gente comienza a llegar a las seis de la
tarde; muchos de ellos seguirán ahí a las seis de la mañana.
Toda la noche transcurre sin problemas, sin grandes momentos, con una
apacible amistad, con la tranquilidad que otorga la camaradería
formada por los presentes. Prácticamente se conocen todos tras esos
meses de convivencia, de cruzarse en los pasillos de la facultad, en
las calles, el supermercado, las fiestas. Son demasiados nombres,
demasiados idiomas, demasiados momentos compartidos... Hay abrazos,
promesas, cuadernos donde apuntan direcciones, números de teléfono,
skypes, twitters, facebooks, ese hilo invisible con el que mantener
la relación. Saben que no volverán a estar todos juntos, y por eso
lo celebran.
No obstante, llegado un punto se acerca una chica griega al equipo de
música, coge el micro y dice -Koldo no la conoce demasiado bien, ni
siquiera recuerda su nombre, algo eslavo, tal vez Karina o Aleksa-
que se tiene que ir, que su vuelo sale pronto y tiene que pasar por
casa a recogerlo todo antes de coger el taxi al aeropuerto. En el
discurso toca todas las teclas del tópico Erasmus: os echaré de
menos, gracias a todos, sin vosotros esto no sería lo mismo, Oxford
en el corazón, seguimos en contacto, nos vemos el año que viene
aquí otra vez, gracias, os quiero, os quiero, os quiero.
Todos parecen quererse esa noche, piensa Koldo. Hay gente
enrollándose en todas partes como si no hubiera mañana, y es que
para muchos no habrá mañana y, antes de arrepentirse, han optado
por lanzarse de lleno al sexo furtivo de despedida. Muchas parejas se
rompen esta noche, surgen algunas nuevas, Koldo no deja de pensar en
Dafne. Ya debería haber salido del trabajo y no lo ha llamado. Sale
al exterior para llamar y le llega un mensaje con diez llamadas
perdidas de parte de su novia. En el interior no hay cobertura,
joder. La llama y ella no responde, lo llevará en el bolso. Se pone
nervioso, se inquieta, oye una canción que le gusta y se intenta
convencer de que Dafne, harta de trabajar, ha optado por irse a
dormir. Sí, será eso.
Baila la conga con la gente, esta fiesta es la hostia. Koldo también
escribe en el mural unas palabras de despedida y agradecimiento,
vomita un par de lugares comunes y lo deja ahí. Aún le queda medio
curso de Erasmus, qué más da. Ya tendrá tiempo de hacerles ver lo
importantes que son, cuánto los quiere, de pasarlo bien juntos.
Alguien arranca del mural lo que él acaba de escribir y se cabrea.
Está a punto de insultar al responsable cuando se da cuenta de que
es Ruth.
-¡Oye! ¿Te importa? ¡Que ya me voy!
-¿Que ya te vas?
-Claro, salgo de Heathrow, tengo que coger el coach a Londres para
llegar a tiempo. Ven a decirme adiós, ¿no?
Koldo asiente y se deja llevar de la mano de Ruth.
-¡Ya me he despedido de todo el mundo! No te he visto.
-Es que he salido a llamar a Dafne, qué pena que estará muerta.
Salen a la calle. Cae la leve llovizna de Oxford sobre sus caras. En
la calle hay rostros familiares que entran y salen, cantan, gritan en
varios idiomas. Erasmus borrachos, la calle como un campo de batalla.
Pasa delante de la casa un coche de policía y el tono baja
considerablemente. Pasa de largo. Ruth coge las manos de Koldo y
sonríe.
-Esto es una despedida, ¿no?
-Bueno, yo lo dejaría en un hasta pronto. Ya mismo estoy de vuelta
por Barcelona. Me tendrás que ayudar a convencer a Maite con el
papeleo.
-Koldo.
-¿Qué? No me hagas números, que tú no eres de las que lloran.
-Yo no soy de las que lloran -dice ella, y lo besa en los labios.
Koldo responde al inesperado beso de Ruth con su lengua y con sus
manos, con su cabeza y su sangre. Entonces, recapacita y se aleja de
ella.
-Ruth... ¿Qué haces, tía? Estás loca, hostias. ¡Que Dafne es tu
amiga!
Como un
sortilegio, la figura de Dafne permanece con el rostro congelado
delante de ellos, las manos aferradas al bolso, los ojos un sumidero
de algo que Koldo no ha visto aún en ellos. Y Koldo lo ha visto todo
en los ojos de Dafne. No dice nada. Se da la vuelta con paso decidido
y sube en un taxi aparcado en la acera de enfrente. Koldo no es capaz
de reaccionar, se queda vacío, como si su cuerpo consistiera en un
molde de escayola y el interior hubiera resbalado a cualquier parte,
se hubiera derramado con la lluvia. Se queda solo en la marabunta de
cuerpos alcoholizados, de las canciones y los abrazos. Se queda de
hielo durante horas en medio de la acera, y aunque lo intenta, no
logra quitarse el sabor de la boca de Ruth. No lo sabe, pero no la
volverá a ver.
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