Dicen que cuando eres Erasmus, lo eres de por vida. Que el espíritu viajero te invade, que fue el mejor año de tu vida. Que te casarás con tu novia erasmus, que volverás a tu ciudad y que lo pasarás muy muy mal recordando todos los pequeños momentos que conformaron ese año. Espero que este blog te sirva de alguna ayuda. Mi erasmus fue ASÍ
sábado, 30 de octubre de 2010
De un noviembre lejano...
Yo en Stonehenge
Se me acumulan las ideas y me queman en los dedos, pero aun así no encuentro forma de ganarle la batalla al tiempo y al aburrimiento, y como mente obcecada que soy, al final me obligo a escribir ya que no me sale solo. Permitidme esta descompensación de ideas, sin forma pero con fondo, que me comen la cabeza tiempo ha.
Quiero hablar del crecimiento personal que conlleva esta experiencia. Hablar de la Erasmus con las estúpidas y manidas concepciones que se tiene de ella es descalificar algo grande, muy grande. Hay gente que ha llegado a este lugar sin querer salir de casa, con miedo y sin la predisposición necesaria. ¿Para qué? ¿Para quitarte alguna asignatura hueso? ¿Para dar a entender lo maduro que eres ante aquellos que te ven como un crío acojonado por alejarse de casa? No sé dónde queda el espíritu erasmus ligado al de ciudadano del mundo con esa actitud...
Puedes no aprender demasiado inglés, lo cual tampoco es desesperante porque la finalidad del desplazamiento no es esa. El objetivo es más ambicioso que el simple aprendizaje de una lengua: abarca la convivencia, la mezcla, la apertura de mentalidad, la amistad... Aprendes muchas cosas más valiosas. A afrontar los problemas en la distancia, a ver que la realidad es más real de lo que pensábamos, a viajar, a dejar de lado las obligaciones para ser tú mismo el que te imponga un cómo y un cuándo. Aprendes mucho, sí. Incluso de las conversaciones de las que no eres partícipe y de las personas que te rodean.
Cuando estuvimos en Londres, un hombre nos reconoció como españoles. Él era judío, no recuerdo bien de dónde, sólo una frase que nos dijo: "Vosotros sois la primera generación que respira, y eso es precioso". Respiramos. Respiramos e intentamos perdernos en cada átomo de la capital inglesa. Yo encontré la magia de la ciudad viendo el Big Ben por la noche y llamándolo descaradamente Tower of London. Probablemente llevaba toda la razón del mundo al reconocernos como parte de esos provilegiados que vinimos después de los tiempos negros de la dictadura. Hay cosas que no te planteas hasta que se te presentan en forma de señor judío que habla español entre una muchedumbre de Londres. Curioso.
El día de vuelta a Swansea encontramos algo bastante distinto: la entrada al Metro más próxima estaba cerrada porque se había producido algún tipo de ataque (¿un apuñalamiento tal vez?), y pudimos ver la sangre que manchaba todo.
Se aprende de todo.
De cada momento.
De cada persona.
Y lo mejor de todo esto sin duda es ser consciente de dicho aprendizaje. Hay más claves, cientos de ellas, pero las dejaré para otro día.
jueves, 14 de octubre de 2010
Pechugas en salsa de roquefort
Una receta sencillísima que he perfeccionado a base de práctica. Atentos, es tan fácil que asusta.
Necesitamos
-Unas pechugas de pollo sin filetear o fileteadas, al gusto
-Queso Roquefort/azul/verde/que huela a podrido
-Nata para cocinar
-Cebolla
-Brandy/Coñac/Alcohol (vamos, estudiantes, no os costará haceros con un chorrito)
-Aceite de oliva y sal
Se hace tal que asín
- Salamos la carne (cortada en trozacos con unas tijeras o fileteada) por ambos lados y la freímos muy, muy poquito en la sartén con aceite. Lo justo para que se quede marcada por fuera y cruda por dentro y retiramos.
- Picamos media cebolla o una si es pequeña, muy picada, o en juliana, según lo delicado que sea cada uno. La freímos, esto es, la doramos y dejamos que se poche. Para que esto salga bien y no se queme ¡consejo! un chorrito de agua con el aceite.
- Añadimos nata, bastante, que cubra toda la cebolla y ponemos el fuego flojito. Cortamos un trozo de queso azul/roquefort, como unos 50-70 gramos, aunque esto depende del gusto también. Recomiendo empezar con un poquito, diluirlo en la nata e ir añadiendo queso hasta alcanzar el sabor óptimo. Cuando el queso se ha diluido en la nata, es decir, cuando todo parece una salsa uniforme, le ponemos un chorro de coñac y la sal.
- Una vez tenemos la salsa, hay dos opciones: 1) Triturar (por lo de la cebolla) y que quede algo más espesa y sin tropezones; 2)No triturar (era obvio) y aprovechar la deliciosa textura suave de la cebolla en nata.
- Ya es el momento de añadir la carne y cubrirla bajo la salsa (por eso decía que hay que ser generosos con la nata). Tapamos la sartén/olla y dejamos que dé un buen hervor a fuego lento. La carne queda así muy, muy jugosa. A los 10-15 minutos de cocer la carne en la salsa, está lista. Se le puede poner pimienta (liga muy bien con la nata), y a comer!!!
La salsa está deliciosa para mojar sopas, así que estate bien aprovisionado de pan. Si acompañas estas pechugas con una ensalada, queda una comida de alucine; si la ensalada lleva pequeños trocitos de roquefort, ya es la quinta muerte gastronómica.
¡Que aproveche!
pd: esta receta es absolutamente mía :D y bien orgulloso que estoy de ella
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