Ya estoy en Granada, aunque desde entonces ha pasado mucho tiempo y
muchas cosas que me gustaría contar. Por eso me he tomado este
primer día un poco de asueto (lol) y me he puesto, aparte de a
perder el tiempo, a escribir en el blog para narrar acontecimientos.
El último fin de semana Erasmus Raquel y yo fuimos a Londres, donde
quedamos con Iñaki y Oihana para aprovechar esos días y despedirnos
en la capital inglesa. Así pues, os podéis hacer una idea del
ajetreo y consiguiente dolor de piernas, ya que nos pateamos todos
los museos que nos quedaban por ver (al menos los más interesantes),
volvimos a los sitios más básicos (Big Ben, Trafalgar Square…) e
hicimos cosas que en otra ocasión ni se nos habrían pasado por la
cabeza. Pudimos asistir a la ceremonia de entrega de llaves, que por
lo visto se lleva a cabo todas las noches pero hay que pedir con
antelación reserva para asistir. Iñaki y Oihana, que lo tenían
planeado desde mucho tiempo atrás, estaban preparados, pero no
nosotros, así que esperamos a que entrara toda la gente y le
preguntamos a un guardia que nos dijo que pasáramos de guay. Luego
dicen que los británicos son unos secos. En esto estábamos cuando
conocimos a una mujer mayor que se nos acercó, y estuvimos hablando
con ella: resulta que era americana, pero por lo visto había vivido
mucho tiempo en Londres donde habían estudiado sus hijos, había
estado en otras partes de Europa y se había recorrido media España,
y esa noche estaba ahí con sus hijas (también californianas) para
que ellas vieran la ceremonia. Se le entendía a la perfección,
mejor que a muchos británicos, e insistió en que viajáramos fuera
de casa porque es la mejor forma de aprender idiomas. La ceremonia,
genial, ya que el guardia encargado de animar a la gente era un
cachondo y estaba haciendo constantemente bromas (sois un público
difícil, dijo el pobre hombre). Otro día fuimos Greenwich, donde el
meridiano 0… en barco por el Támesis!, de modo que si teníamos
pocas panorámicas de Londres, ahí van más. Y antes de que se me
olvide, para que veáis lo pequeño que es el mundo, conocimos allí
a una chica americana, Jennifer, que hablaba español bastante bien y
que este cuatrimestre va a estudiar en Granada, así que ya tiene
nuestros e-mails.
Volvimos a Swansea Raquel y yo; esa tarde nos habíamos despedido de
nuestros amigos en la estación de tren, como deberían ser las
despedidas (siempre en andenes, estaciones o lo que sea). La casa
seguía tan silenciosa y fría como siempre, y nosotros teníamos el
lunes por delante para poner todo lo que llevábamos pendiente en
orden. ¿Cómo se hace eso? Durmiendo poco y corriendo mucho. Nos dio
tiempo a despedirnos de la gente más allegada, hacer las últimas
compras (souvenirs incluidos), hacer las últimas comidas, limpiar la
casa, repartir la comida entre nuestros amigos swanseros y pasar una
noche en vela para despedirnos bien de la casa (o para no dormirnos y
perder el tren). No se lo conté a Raquel, pero esa noche, mientras
estaba yo en mi cuarto mirando sin mirar páginas webs, vi de refilón
algo correr por el pasillo. Algo que juraría era un ratón muy
pequeño. Me callé, pues no quería que la histeria destrozara la
merecidísima despedida, e incluso caí rendido en la cama por una
hora hasta que Raquel llegó con cara de flipada para enseñarme a un
gato que dormía en el jardín… Me dolió echar la llave de la casa
(aún la llevo colgada al cuello, tan sólo dejé una copia :P) pero
el accidentado viaje ayudó a hacer más pasajero el adiós
“definitivo”. No he comentado que esa última semana el tiempo
estaba siendo cojonudo, cielos despejados llenos de sol y brisa
marina.
Avión. Y luego, Madrid. Nada más llegar con la maleta sin ruedas,
encendí el móvil y ¡sorpresa!, mensaje de Carlos. Al final los
galeses no se salieron con la suya, amigo. Y esperando con un rótulo
en el que se leía BRIAN, ahí tenía a Cris, Beleita y Larisa. Lo
que son las cosas, que no las habías saludado cuando recibí la
llamada de Aarón porque no podía pasarse (cachislamarsalá), pero
otra bienvenida. Y con mis cuentacuentos madrileñas dando vueltas
por Madrid en Metro (la vida está llena de imposibles, y uno de esos
imposibles era que yo llegara a tiempo a Atocha xDDD). Me llegó otro
mensaje de Jara para decirme “hola!!” y darme ánimos por la
despedida. En serio, esto de tener amigos cuentacuentos es un plus
que no habría previsto tiempo ha, y que me llena de alegría. Amigos
en todos los puertos, y eso que Madrid no tiene playa :) Me hicieron
compañía, me guiaron camino a la estación y me ayudaron a
alimentarme, que venía un poco vacío (para la de metáforas que
dará este adjetivo, eh?) y me volví a despedir de ellas (sí, en un
andén; sí, en el mismo andén en el que me despedí tras la quedada
abulense). El viaje duró dos películas y media hora de descanso,
así que llegué a Granada a las 12 y media.
Granada me sabe distinta. Le faltan matices, o lo mismo le sobran
otros, no sé… La cuestión es que nada más llegar tuve la
sensación de que las cosas habían cambiado y nada sería lo mismo.
Siempre pienso eso hasta que me adapto, y de nuevo llega otro cambio
y lo vuelvo a notar y lo vuelvo a sufrir y me vuelvo a adaptar. Me
alojé en el piso de mi hermano mientras buscaba piso que encontré y
que finalmente es el que creía que iba a ser. Un piso en Camino de
Ronda, un poco a tomar por culo, con tres italianos y un jerezano.
Atentos al dato: dos de los italianos son de Florencia y estudian
medicina. ¿Quién está ahora mismo en Florencia de Erasmus y
estudia Medicina aquí en Granada? El mundo es un puto pañuelo.
Mientras estaba en Granada me llamó Silvia por la noche; me quedé
mirando el teléfono porque estaba bloqueado, la única Silvia que me
venía a la cabeza era una del instituto a la que ni siquiera echo de
menos, pero entonces caí. Descolgué y nadie respondía, tan sólo
la voz de Ismael Serrano mientras hablaba de niños que crecen antes
de lo debido, mientras cantaba “Si Peter Pan viniera”. Me dejó
con la sonrisa en los labios, (más)cara de (más) tonto y volví a
cenar con la melodía en la cabeza.
Me peleé con mi hermano. Dos días y ya peleados, por eso nos hemos
llevado tan bien estos meses. Por otra parte es lógico, somos dos
personalidades enfrentadas y sabemos dónde darnos para jodernos bien
jodidos, aunque nunca llegamos a esos extremos. Total, que volví a
casa con la familia, hola Dylan qué bien vienes y encima no estás
delgado, y lo primero que me encuentro es un paquete para mí…
tatatachán, en el remitente Indi con nombre y apellidos: Los
sembradores de vientos ya es una realidad entre mis manos,
señores. GRACIAS. El libro tiene muy buena pinta, por eso mismo no
quiero hacer lo que hago últimamente con todos, empezarlo y dejarlo
muerto de risa. Le auguro un futuro prometedor, leído por las tardes
en el parque García Lorca. Por eso mismo me he tomado la revancha
con libros que llevaba a medias. Tras el descanso literario no tardó
en aparecer el verdadero significado de estar en Bélmez, y no podía
ser otro que echar una mano en el campo en otro de esos preciosos
días de aceituna. A estas alturas y aún no han acabado, de modo que
me tragué tres jornales como el que no quiere la cosa. Nada mejor
para mantener Swansea lejos de mis pensamientos.
La vuelta a Granada me dejó un poco a medias, en un piso nuevo,
lejos de donde he vivido los otros dos años, en una habitación tan
pequeña como acostumbran a ser en Granada y con compañeros de piso
italianos. El piso huele a marihuana. Mucho. Mi armario está en el
pasillo porque así me deja más espacio libre en el dormitorio. Todo
tiene explicación, y mis compañeros son simpáticos: ayer me
invitaron a comer pasta totalmente italiana, exquisita. Lo de las
explicaciones, porque en un cuarto tienen un criadero de marihuana
con 6 macetas bastante creciditas. Las niñas, las llaman. Y bueno,
ayer fui a hacer la primera compra y advertí dos cosas: la primera,
que los precios han subido en estos meses; la segunda, que estoy
acostumbrado a hacer la compra para muchas personas: un pollo entero
troceado, carne picada, 2 hamburguesas y una bandeja de filetes de
lomo es mucha carne para una persona. Maldito el día en que aprendí
a cocinar. Las clases ni idea porque todavía no he ido a ninguna. Me
excuso con eso de que soy moroso, es decir, no he pagado aún las
tasas de la universidad así que se supone que no existo para la UGR,
pero hoy me ha dado la vena sentimental y me he tirado a la Caja
Granada a que me quitaran la etiqueta de deudor. Mañana iré a
matricularme de todas esas asignaturas de las que no lo hice en su
tiempo para quitarme créditos y materia, y con algo de suerte el año
que viene estaré definitivamente libre de la cadena llamada
Traducción. O no, quién sabe.
Lo bueno siguen siendo los reencuentros, aunque las cosas cambien y
cada uno viva en un sitio y tus amigos estén instalados en su vida
granadina sabes que puedes rascar y siempre te llevarás tu buena
parte. En la universidad la gente te ve y se nota quién te ha echado
de menos y quién lo dice por compromiso, pero en ambos casos es
reconfortante saber que sigues teniendo un hueco. Siempre puedo
contar con mi piña, los mismos amigos que hace un año nos reunimos
en Budapest y que éste fueron a Barcelona (yo no pude, me quedaba
decir adiós a la madre Bretaña), y me han traído un kit de
emergencia para pasar la depresión post-erasmus. Esta tarde me reúno
con María y Raquel de nuevo, a ver asignaturas, pasar un rato
juntos, reírnos de nosotros mismos y tratar de coincidir en alguna
maldita asignatura para demostrar que los demás lo hacen peor que
uno mismo :)